En sus manos la apropiación puede resultar paródica, o paradojal, pero siempre es flecha
lanzada a un blanco. Sabe que si la deja en un cripticismo vacuo, no alcanzará la connotación
deseada. Lo evidenció desde el principio, con una de sus series más logradas, donde le torció
la significación icónico-católica al héroe medieval San Jorge —quien declara no saber como ni
cuando acaeció la muerte del Dragón— y lo puso en situaciones más terrenales. El diálogo entre
la figuración y el contenido de sus obras se ha vuelto más decantado y exigente. Reafirma un
humor sin notas estruendosas. Ha optado por la sonrisa frente a la burda carcajada y le ha
dado un saludable vuelco a códigos cimentados en una tradición sacralizadora. Para decirlo en
buen romance, con gracia e inteligencia lanza una trompetilla a la solemnidad. La
excepcionalidad del asunto radica en cómo lo hace. Reynaldo González
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